La competencia lectora hoy

Ya a mediados del siglo XX, afirmaba el famoso escritor cubano Alejo Carpentier que La comedia humana de Balzac (ese enorme conjunto narrativo de más de noventa novelas y textos misceláneos, escrito entre 1829 y 1850) no habría podido escribirse en el siglo XX. La intención de Balzac era hacer un retrato de las costumbres, los oficios y los conocimientos de su época. Un siglo después ya era una empresa imposible, puesto que el conocimiento y los oficios de la humanidad se habían multiplicado exponencialmente. Imaginemos entonces, con el advenimiento de nuevas disciplinas como la robótica o la informática, y la enorme cantidad de conocimiento acumulado en ramas como la genética o le geología, lo inabarcable que sería la empresa de Balzac un día como hoy.

 

Imaginemos también a un estudiante no tan distante. Remontémonos a aquellos días en que era necesario acudir a una biblioteca para realizar una investigación. Si miramos hacia atrás, parecen días lejanos, pero Internet solo comenzó a popularizarse en la década de los noventa, y se hizo común en los hogares algunos años después.

 

Ciertamente, nunca como hoy el conocimiento ha sido tan accesible para la gente, por lo menos en lo que conocemos como el mundo occidental. Con algunas pocas destrezas es posible encontrar información sobre cualquier tema. Lo que es necesario, eso sí, es un espíritu crítico para discernir qué información es útil y cuál no.

 

Afirman los estudiosos del tema que gracias a internet, las redes sociales, los blogs, ahora estamos leyendo más que hace una o dos décadas. Y también es posible producir más contenido. Internet es también una plataforma para cualquier escritor, ya que no depende de una revista o una editorial para ser leído, sea cual fuere su campo de acción. Así, hay productores de contenidos que acceden a lectores, incluso lejanos geográficamente, y que aportan al debate no solo literario sino del conocimiento.

 

La definición de la competencia lectora, en consecuencia, ha cambiado. Ha quedado atrás aquella premisa que la definía como la simple y llana “comprensión de un texto”. Y ha cambiado porque ya no basta en el mundo actual adquirir conocimiento (algo importante en las décadas pasadas, cuando había que retener o copiar la información puesto que no estaba a la mano). Ahora lo importante es qué hacemos o qué podemos hacer con ese texto. Según la OCDE, la competencia lectora es “la capacidad individual para comprender, utilizar y analizar textos escritos con el fin de lograr sus objetivos personales, desarrollar sus conocimientos y posibilidades y participar plenamente en la sociedad”.

 

Es la parte social la que más llama la atención en la definición propuesta por la OCDE para la competencia lectora. De nada nos sirve acumular conocimientos si no podemos hacer nada con ellos. Así, la competencia lectora que se trabaje en las aulas ya no solo debe procurar que un estudiante recupere información del texto, o lo interprete y analice, sino que lo valore en función de su contenido y su forma, lo interrelacione con otros textos, y sea capaz de generar nuevos contenidos a partir du su propia visión y de su propia experiencia.

 

Además, debe ser capaz no solo de leer textos literarios o informativos sino los múltiples formatos textuales que hay hoy en el mundo: un instructivo, un plano, una infografía, un texto web, un foro. Es decir, debe “leer el mundo”. Si construimos una analogía al respecto (con sus lógicas licencias, por supuesto; nadie acá está en contra de la sabiduría que nos da la edad), hemos pasado del ideal del “anciano inteligente”, aquel que acumuló una enorme cantidad de información a lo largo de su vida y solo la transmite, a la búsqueda del “joven de mente ágil”, aquel que sabe cómo construir nuevos conocimientos, cómo transformar su mundo, cómo enfrentar con éxito los desafíos y los nuevos escenarios.

 

En una comprensión tradicional nos preguntarían qué frutas llevaba Caperucita Roja en su canasto, y qué le dijo al lobo y cómo este le respondió. Una comprensión acorde con los nuevos tiempos le permitiría al joven, al niño, al adulto, analizar el relato oculto de este cuento clásico y establecer nexos con su vida, su entorno familiar, su comunidad. Al entender los mecanismos retóricos y formales de la construcción del cuento clásico, podría ser capaz de desarrollar luego narrativas propias adaptadas a su realidad.

 

Porque de nada nos sirve ser acumuladores de un conocimiento frío. Lo verdaderamente importante es soñar, cambiar y construir. Y eso también lo sabían, lo saben, desde hace milenios, los ancianos no inteligentes sino sabios que además de memorizar el mundo, pudieron leerlo, interpretarlo y transformarlo. Lo demás es un camino en círculos. 

 

Mynor Villalobos